Cuando se me planteó el hecho de resumir la visita a Finlandia como
observador de buenas prácticas educativas, el escrito a modo de artículo para
una revista pedagógica se me antojó que, en vez de en forma de crónica
descriptiva de la experiencia, era mejor abordarlo desde la reflexión y la
crítica. Elegir el enfoque me parecía de vital
importancia con el fin de no caer en la trampa de emitir juicios tan falsos
como esperables para el que lo leyere. De hecho, así me lo manifestó un
compañero que estaba preparando un informe del conjunto de experiencias
llevadas a cabo durante este curso en Polonia y en el país escandinavo. Me dijo
que, aunque mi diario era extenso y contenía numerosas anotaciones, no
encontraba que hubiera destacado nada de forma especialmente positiva.
Lo esperable tras ejecutar un “jobshadowing” en un país como Finlandia, del
que las noticias que se tienen siempre son las de estar a la vanguardia en
educación, era escribir desde la humildad del que imparte clases en un país
diametralmente opuesto. Ya sabemos que el famoso informe PISA siempre nos coloca
en el furgón de cola y a ellos, en los primeros puestos a nivel mundial. Pero
las causas de este hecho habría que analizarlas desde múltiples perspectivas,
no solo intraescolares ¿Acaso no es Finlandia un país moderno en expansión
tanto demográfica como económica en el que todavía no hay síntomas graves de
colapso político, económico y social?
Quizás sea ahí donde radique parte de la cuestión, sobre todo si nos fijamos en la zona sur de la geografía europea, donde todo parece funcionar por inercia y a duras penas.
Quizás sea ahí donde radique parte de la cuestión, sobre todo si nos fijamos en la zona sur de la geografía europea, donde todo parece funcionar por inercia y a duras penas.
Tras esta declaración de intenciones, no se puede obviar lo que salta a la vista nada más aterrizar en un centro escolar finlandés: por recursos que no sea. Parece que la inversión en educación ha tenido que ser elevadísima en los últimos lustros: los centros educativos están dotados de todo lo imaginable y deseable. Cada profesor tiene un aula y despacho anexo propios; ambos con todo el mobiliario necesario, incluido el fregadero. En cada aula hay pizarra normal, pizarra vileda, pizarra digital, cañón proyector y retroproyector; hay ordenadores y tabletas para los alumnos que utilizan con frecuencia y con criterio; hay un sinfín de medios.
Además, las aulas específicas de asignaturas como música, arte, cocina,
etc. hay que verlas para creerlas. No sé cuántas guitarras, pianos, baterías -y
así un montón de instrumentos más- podía
haber en un espacio parecido a un miniauditorio nacional de música; no sé
cuántos hornos, fogones, pequeños electrodomésticos y demás utensilios de
cocina podían encontrarse en una grande y preciosa aula que ni la de
mastercheff junior. Y qué decir del gimnasio multiusos de reluciente suelo de
parqué. En fin, aquí no hay nada que objetar.
Ya en marzo de 2010 tuve la oportunidad de visitar la ciudad de Kuopio con tres de mis compañeros. En esa ocasión ya quedé deslumbrado por este despliegue de recursos de los colegios que nos hacía ver las carencias de los nuestros. Cinco años después, el pasado octubre en la ciudad de Rauma, he podido encontrarme con instalaciones de características muy similares, con centros igualmente hiperdotados.
En cuanto a innovaciones metodológicas, habría que distinguir entre los dos centros en los que estuve. Por un lado está Rauman Normaalikoulu, un centro de secundaria; por otro, Rauman Lukio, un centro de bachillerato. De todos modos, en ambos se utilizaba como eje el libro de texto, tanto para la enseñanza de los idiomas como de la lengua propia; en ambos las clases se impartían de forma bastante tradicional: todos sentaditos mirando hacia la pantalla y atendiendo al profesor y corrigiendo los ejercicios de sus libretas o fotocopias.
En Rauman Normaalikoulupude asistir a clases de Inglés y Sueco de alumnos de entre diez y quince años. Se trataba de sesiones de cuarenta y cinco minutos en las que había alrededor de veinte alumnos. Las clases combinaban la metodología tradicional que he comentado antes con algún rato de juego tipo Action Track o Kahoot, aunque esto último no era lo más frecuente. Lo más curioso que encontré fue que un día a primera hora de la mañana los más pequeños del cole tuvieron una sesión de barrer las hojas de los jardines otoñales de alrededor del edificio. Me comentaron que uno de los objetivos era que los niños no perdieran el contacto con la naturaleza. En esos jardines se encontraba un aula invernadero en la que estaban cultivando una planta para el Día del Padre.
En lo que al Rauman Lukio se refiere, lo más llamativo que me traigo es la estructura de bachillerato finlandés: consta de tres años en los que los alumnos tienen que completar un total de setenta y cinco “cursos”, veinticinco por año. Cada alumno puede configurar su propia trayectoria académica con las asignaturas que quisiera por lo que el horario está personalizado, es decir, hay tantos horarios como alumnos.Estos cursos constan de unas dieciséis sesiones más una prueba, así que se pueden cursar unos tres de una misma materia al año. Por ejemplo, se pueden cursar los tres primeros niveles de español en el primer año.
En este centro asistí a clases de Inglés, Arte, Geografía y, sobre todo, de Español. Se trataba de sesiones bastante largas de setenta y cinco minutos en las que la metodología dependía mucho de la asignatura y también del que la impartiera. Esto lo he apreciado en los dos centros: cada profesor no solo marca su estilo sino que incluso puede elegir un libro de texto diferente del que ha elegido otro compañero de la misma asignatura.
En estas clases hora y cuarto he visto bastante poca innovación pedagógica, quitando el aula de Arte en la que cada alumno estaba trabajando a su aire un proyecto: desde el diseño de una mesa funcional de estudio hasta ropa no sexista para muñecos. En el otro extremo, asistí a una soporífera de clase Geografía en la que el profesor no dejó de hablar ni un segundo mientras los alumnos se aburrían y enredaban con el móvil.
En resumidas cuentas, que lo que allí comprobé es que aquel sistema educativo tiene sus claroscuros como el nuestro. Veera y Ulla, las dos profesoras que me invitaron a asistir como observador a sus clases, manifestaban incertidumbres, evidenciaban problemas y hablaban de estrés ante un final de evaluación en el que además tenían que preparar unos documentos para la administración sin tener muy claro qué les estaba pidiendo. Estas mismas profesoras mostraban interés cuando se les hablaba de tertulias literarias dialógicas o de otras metodologías que tenemos implantadas en el Colegio Diocesano San Atón.
Esta es la riqueza de estas experiencias Erasmus+: el enriquecimiento mutuo por medio de conocer realidades educativas que, a pesar de las diferencias, comparten inquietudes y problemas que resolver.
Manuel Chacón Ruiz
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